Un ladrón irrumpe en una casa y mantiene como rehenes al esposo y la esposa. Con un arma en la mano, los obliga a sentarse en sillas de espaldas, uno frente al otro, y los ata a las sillas.
El ladrón comienza a robar de la casa de manera lenta y metódica.
Cuando el ladrón ha tomado todo lo de valor, se prepara para irse, los dueños de casa aún atados a sus sillas, cuando de repente, el hombre le grita al ladrón,
“¡Por favor, desátala, por favor, déjala ir!”
El ladrón responde con,
“No, no voy a desatar a ninguno de ustedes para que las autoridades se enteren lo más tarde posible.”
“No te preocupes, tus vecinos pronto se preguntarán por qué tus luces siguen encendidas toda la noche y se preocuparán por ti mucho antes de que sucumbas a la deshidratación.”
El hombre suplica una vez más,
“Por favor, solo desátala, ¡haré lo que sea!”
El ladrón una vez más explica su razonamiento,
“Necesito salirme con la mía en este crimen, lo siento, no puedo dejar nada al azar.”
El hombre arrastra su silla hacia el ladrón, en un estado de manía, exclama,
“Te lo ruego, amigo, solo déjala ir, no llamará a la policía, ¡te lo prometo!”
El ladrón, aún reacio a moverse, encontró bastante conmovedor cuánto le importaba a su rehén su esposa.
“Vaya,” dijo, “debes amar mucho a tu esposa para suplicarme que la desate con tanta desesperación.”
“No,” El hombre respondió, en un estado de frenesí. “Mi esposa estará en casa en 15 minutos.”