Javier y Pablo eran 2 hermanos ricos y malvados que iban a la misma iglesia.
Cuando Pablo murió, Javier le entregó al pastor un cuantioso cheque para que mandara a construir un nuevo templo a todo lujo.
Sólo le pongo una condición, le aclaró en tono despótico: Que en el oficio fúnebre diga que mi hermano era un santo.
El pastor accedió y depositó el cheque en el banco.
En la ceremonia fúnebre, subió al pulpito y declaró.
Pablo era un hombre malvado, que engañaba a su mujer, y traicionaba a sus amigos, pero comparado con Javier, era un santo.