El sacerdote se inclino para escuchar a la nina

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El sacerdote se inclinó para escuchar la confesión de la niña.

“Así que mi prima y yo estábamos solas en la casa”, continuó, “y subimos a mi dormitorio…

—Continúa, hija mía —dijo suavemente el sacerdote.

“Me acosté en la cama y Joe se subió encima de mí y puso su mano sobre mi… sobre mi…”

“Seguir.”

—En mi parte privada —balbuceó la muchacha, sonrojándose detrás del biombo.

“Y me tocó y me tocó hasta que no pude evitarlo.”

“Sí, adelante”, ordenó el sacerdote.

Le bajé los pantalones y su arma apareció, rígida y alta”, continuó la chica, con un pequeño gemido de vergüenza, “y empezó a metérmela con tanta fuerza…”

—Sí, sí… Adelante —le instó, respirando con dificultad.

“Y entonces oímos que la puerta principal se cerraba de golpe…”

“¡¡Oh, mierda!!