Después de que un predicador muere y va al cielo, observa que a un taxista de Nueva York se le ha otorgado un lugar superior.
“No entiendo”, se queja a San Pedro. “Dediqué toda mi vida a mi congregación.”
“Nuestra política aquí en el Cielo es recompensar los resultados”, explicó San Pedro. “Ahora, ¿tu congregación presta atención cada vez que dices un sermón?”
“Bueno,” admitió el ministro, “algunos de la congregación se quedaron dormidos de vez en cuando.”
–Exactamente –dijo Peter–. “Y cuando la gente viajaba en el taxi de este hombre, no sólo se quedaban despiertos, sino que rezaban sin parar.”