Un abogado abordó un avión en Nueva Orleans con una caja de cangrejos congelados y le pidió a una azafata rubia que se los cuidara.
Ella tomó la caja y prometió ponerla en el refrigerador de la tripulación.
Él le advirtió que la hacía personalmente responsable de que permanecieran congelados, mencionando de manera muy altanera que él era abogado,
y procedió a despotricar sobre ella sobre lo que sucedería si dejaba que se descongelaran.
No hace falta decir que estaba molesta por su comportamiento.
Poco antes de aterrizar en Nueva York, usó el intercomunicador para anunciar a toda la cabina:
“El abogado que me dio los cangrejos en Nueva Orleans, por favor, levante la mano”.
No se levantó una mano. . . . así que se los llevó a casa y se los comió.