Una mujer va a cenar a casa de los padres de su novio.
Es la primera vez que conoce a la familia y está muy nerviosa.
Todos se sientan y empiezan a degustar una buena comida.
La mujer empieza a sentirse un poco incómoda, gracias a su nerviosismo y a la cazuela de brécol. Los gases casi le hacen llorar.
Sin más remedio, decide aliviarse un poco y se tira un pequeño pedo.
No fue muy fuerte, pero todos los comensales lo oyeron.
Antes de que tuviera siquiera la oportunidad de avergonzarse, el padre de su novio miró al
perro que había estado dormitando a los pies de la mujer y le dijo con voz bastante severa: “¡Skippy!”.
La mujer pensó: “¡Esto es genial!” y se le dibujó una gran sonrisa en la cara.
Un par de minutos más tarde, empezó a sentir el dolor de nuevo.
Esta vez, ni siquiera dudó. Se tiró un pedo mucho más fuerte y largo.
El padre miró de nuevo al perro y le gritó: “¡Maldito Skippy!”.
Una vez más la mujer sonrió y pensó “¡Sí!”.
Unos minutos más tarde, la mujer tuvo que tirarse otro. Esta vez ni siquiera se lo pensó. Se tiró un pedo que rivalizaba con el silbato de un tren.
Una vez más, el padre miró al perro con asco y gritó: “¡Maldita sea Skippy, aléjate de ella antes de que te cague encima!”.